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NUESTRO ESTÓMAGO LA MEJOR ALARMA

Estómago

Per Meretesacker jugo con más de 500 partidos durante su época de futbolista profesional. Las horas previas a los encuentros se convertían siempre para él en una tortura: «De la cama tenía que ir rápido al baño, del desayuno al baño, de la comida al baño y en el estadio, de nuevo al baño», declaró poco antes del final de su carrera, en 2018, en una entrevista para la revista alemana Der Spiegel. Unos segundos antes del pitido inicial, apenas podía soportar la tensión: «El estómago se me giraba, como si tuviera que vomitar».

Los profesionales del futbol ganan grandes cantidades de dinero, pero también están sometidos a una fuerte presión: cada perdida de balón es grabada por las cámaras; cada error es discutido por cientos de miles de aficionados tras el pitido final. El cuerpo de Mertesacker siempre reaccionaba a ello con el mismo patrón durante 15 años. En su caso, frecuencia y duración de los síntomas son sin duda extremos. Pero el fenómeno de base es conocido por muchas personas: el estrés afecta al estómago y al intestino. ¿Porqué motivo?

La pregunta dista de ser trivial, pues básicamente el tubo digestivo trabaja siempre de forma autónoma. Para ello dispone de su propia red, el sistema nervioso entérico (SNE). Podemos imaginárnoslo como un cerebro en el vientre, una especie de central de mandos y de conexiones que cuenta con un arsenal de distintos programas de comportamiento del tubo digestivo y escoge el más apropiado según la situación.

Con esa finalidad, el SNE recibe información de una inmensa red de sensores. Por ejemplo, siempre sabe con exactitud donde se encuentra el quimo y, según su localización, coordina la musculatura de la digestión: hace que el intestino se contraiga y después se relaje para que el alimento en forma de quimo (una suerte de masa pastosa y agria) siga desplazándose. A continuación, controla la liberación de las secreciones digestivas y la absorción de las sustancias nutritivas. En principio, todo funciona sin el cerebro: si se extraen los intestinos de un conejillo de indias y se colocan en una solución nutritiva, siguen funcionando casi con normalidad durante días.

A través de fibras nerviosas, el cerebro recibe información sobre cómo se encuentra el estómago o el intestino y si duele o molesta en alguna parte; pero, por lo general, apenas interviene en los procesos de digestión.

Incluso con las toxinas, el SNE se las apaña solo. «Hace que el tubo digestivo lleve a cabo una secreción forzosa», explica Alexandra Kranzeder, especialista en medicina psicosomática y psicoterapia en el Hospital universitario de Ulm. Dicho de otra forma: vomitamos o tenemos diarrea. El SNE conecta, además, un plan de movimientos que expulsa con rapidez las toxinas del organismo.

Las toxinas o los alimentos en mal estado son factores estresantes internos, que el estómago y el intestino pueden percibir de forma directa. Pero para un factor estresante externo, como un depredador en la naturaleza o la víspera de un examen, el SNE a menudo también pone en marcha unos programas similares. En esos casos, es el cerebro el que hace sonar la alarma mediante el sistema nervioso simpático (SNS), además de otros medios. Este último pertenece al sistema nervioso vegetativo, que también regula procesos automáticos (entre ellos, la respiración y la circulación). «El simpático se encarga de que el estómago y el intestino reduzcan la actividad de manera notable», afirma Kranzeder. Ese es el motivo por el que, cuando estamos en tensión, perdemos el apetito o nos encontramos mal.

Un factor estresante significa peligro. Como reacción a la amenaza, el organismo se pone en modo de alarma y pone sus recursos a disposición de la musculatura y del cerebro, sobre todo, para que puedan reaccionar de forma óptima. El psicólogo Walter Bradford Cannon (1871-1945) acunó́ para ello él término de «lucha o huida». Reconoció́ que la digestión, en esos momentos, solo entorpecería: cuando se trata de un asunto de vida o muerte, se necesita con mayor urgencia la sangre en otros lugares, escribió́ en 1945 en su autobiografía. Por tanto, el SNS sería el responsable de distribuir la sangre y, con ello, la energía y el oxígeno por el cuerpo. «Los vasos de todos los sistemas orgánicos menos importantes en ese momento se estrechan para que irriguen menos», apunta Kranzeder.

EN SÍNTESIS

  1. Cuando nos sentimos amenazados, se modifica la actividad del estómago y en el intestino con el fin de reunir fuerzas para luchar o huir. Una hormona inhibe el movimiento del estómago y acelera la digestión en el intestino para liberar con rapidez el alimento.
  2. Existen problemas estomacales e intestinales que pueden tener causas psíquicas: el estrés intenso antes de un examen provoca diarrea en algunas personas. El estrés crónico, ulceras gástricas o irritación en el intestino.
  3. En el colon irritable, las molestias resultan más intensas que las causas orgánicas visibles. Una terapia cognitivo-conductual o la autosugestión pueden ayudar a percibir como menos peligrosas las reacciones del estómago y del intestino.

Sin embargo, la cabeza no solo se comunica con el intestino a través del sistema nervioso vegetativo, sino también mediante hormonas. Una de las más importantes es la hormona liberadora de corticotropina (CRH, por sus siglas en inglés). «El hipotálamo del cerebro, entre otros, segrega CRH en situaciones de estrés», indica Andreas Stengel, director médico suplente del Departamento de Medicina Psicosomática y Psicoterapia del Hospital Universitario de Turingia. «La hormona inhibe la motilidad gástrica y, con ello, el transporte del alimento hacia el intestino. En el intestino grueso ocurre lo contrario: ahí́ hace que se intensifique el movimiento y aumente el flujo de agua, lo cual provoca diarrea.»

Después, el CRH activa en el estómago y el intestino diferentes programas. El objetivo: no dejar que el alimento que molestaría en ese momento siga entrando en el tubo digestivo o expulsarlo de él lo antes posible si ya se encuentra ahí́. Además, la vía hormonal funciona más despacio que el simpático: los efectos de la secreción de CRH se perciben más tarde. Por tanto, la diarrea nos avisa antes de un peligro predecible (como de una futura batalla, un examen o incluso de un partido de futbol) que de un ataque espontáneo.

Experimentos con un agujero en el estómago


Se sabe desde hace tiempo que las emociones pueden influir en el funcionamiento de nuestro tubo digestivo. Una de las primeras investigaciones sobre este fenómeno la llevó a cabo el médico militar William Beaumont (1785-1853). El 6 de junio de 1822 recibió́ un aviso acerca de un accidente grave: un disparo con un perdigón había abierto un orificio del tamaño de un puño en el abdomen de un joven comerciante de pieles llamado Alexis St. Martin. Beaumont pudo salvar al paciente de 18 años de edad, pero a este le quedó una fístula, una conexión en forma de tubo desde el punto de entrada de la bala hasta el estómago, por lo que era accesible desde el exterior.
Beaumont vio en este paciente una oportunidad para averiguar más sobre la digestión. Empleó a St. Martin como criado y durante los años siguientes efectuó́ numerosos experimentos con él, algunos bastante dolorosos. Por ejemplo, introdujo por la fístula trozos de pescado en el estómago que había atado a un hilo y transcurrido un tiempo, los sacó para comprobar su estado. A lo largo de esos estudios, entre otras observaciones, se percató́ de que la mente influía en la secreción de los jugos gástricos: «El miedo y la ira controlan la secreción».

Igual de desconsiderados resultan hoy día los métodos de investigación del médico Thomas Almy. En la década de 1950 registró la perístasis del intestino grueso de unos voluntarios mientras hablaba con ellos sobre acontecimientos emotivos de su vida. En otro caso, realizó con un estudiante de medicina una endoscopia rectal y simuló que había descubierto un tumor en la exploración. El intestino grueso de su participante, que hasta entonces había estado relajado, reaccionó con retortijones. En cuanto el estudiante supo que Almy le había inquietado de manera innecesaria, los síntomas desaparecieron.

Estrés crónico, mucosa más permeable

Una reacción aguda al estrés la mayor parte de las veces no dura mucho tiempo; pero con estrés crónico, el aparato digestivo puede sufrir daños duraderos. Así́, por ejemplo, la irrigación sanguínea reducida puede causar cambios en la composición de la mucosa, la cual recubre el interior del intestino, explica Kranzender. «Se vuelve más permeable para las bacterias y otras sustancias que se encuentran en el intestino», describe. «De esa forma, se activan células inmunitarias de la pared intestinal, los mastocitos, que desencadenan reacciones inflamatorias mediante diversos mensajeros».

Los mastocitos también se activan de forma directa a través de la hormona del estrés corticoliberina, lo cual, además, debilita la barrera del intestino. La consecuencia puede ser una enfermedad intestinal inflamatoria crónica. Entre sus síntomas se encuentran dolores de vientre y diarreas recurrentes que padecen los afectados en gran medida.

Bastante más frecuente es el colon irritable. Entre los síntomas principales destacan cólicos, hemorragias y diarrea. Algunos pacientes también presentan estreñimiento. Las molestias reaparecen de manera continua durante un período prolongado y el estrés es uno de los posibles desencadenantes. Sin embargo, ahí́ terminan los paralelismos: «En el tubo digestivo de los pacientes de colon irritable existen signos de irritación, muy al contrario que en las enfermedades intestinales inflamatorias crónicas, en las que la irritación es muy poco significativa», afirma Andreas Stangel, del Hospital universitario de Turingia. «Tampoco detectamos ningún cambio corporal que pudiera explicar la dimensión del cuadro sintomático».

Así́ pues, el síndrome tiene, solo en parte, causas orgánicas. «En muchos pacientes observamos un fenómeno que denominamos hiper- sensibilidad visceral», aclara Gabriele Moser, directora de Psicosomática gastroenterológica de la Facultad de Medicina de Viena. «Eso significa que toman como desagradables y peligrosos procesos normales de su intestino.»

Desencadenados por irritaciones o factores estresantes psíquicos, en los afectados están siempre activos determinados receptores del dolor de la médula espinal. Informan al cerebro de problemas que no existen. «Sobre todo activan el sistema límbico y allí́ despiertan el miedo», comenta Moser. «El intestino reacciona a ello con una actividad más intensa. Así́ surge un círculo vicioso: los síntomas producen estrés y el estrés intensifica los síntomas.»

Quizás influyan también efectos similares en otro trastorno: la acidez. Esta sensación dolorosa y desagradable constituye un síntoma frecuente de la enfermedad por reflujo gastroesofágico, en la cual la acidez gástrica vuelve al esófago. En un estudio noruego realizado en 2009, mujeres y hombres que se quejaban de estrés laboral tenían un riesgo dos veces más elevado de sufrir acidez. Sin embargo, existen experimentos que demuestran que no siempre un mayor reflujo tiene que ser la causa de tales dolencias. Algunos afectados, en situaciones de estrés, desvían la atención hacia dentro y, cuanto más lo hacen, con mayor intensidad perciben los síntomas.

El estrés perjudica la mucosa gástrica de varias formas
Otro problema que a menudo se halla relacionado con el estrés son las ulceras gástricas. En la actualidad, los médicos han encontrado otro culpable: la bacteria Helicobacter pylori. «No obstante, hoy día sabemos que la úlcera gástrica no solo se halla asociada a Helicobacter, sino también al estrés psicosocial», informa Moser. Según revela un estudio de la gastroenteróloga Susan Levenstein, el estrés influye en la mucosa gástrica, por un lado, mediante un comportamiento alterado: las personas estresadas fuman más, toman analgésicos con mayor frecuencia y se mueven menos. Todo ello aumenta el riesgo de padecer ulceras y dificulta la curación de las heridas.

¿Qué podemos hacer cuando el estrés nos afecta una y otra vez en el estómago o el intestino?

Stengel aconseja en el caso del síndrome de colon irritable actuar sobre la actitud de alarmismo: «Mediante una terapia cognitivo-conductual puede modificarse la interpretación de la percepción corporal. Los afectados aprenden que lo que sienten no es peligroso», describe. A algunos pacientes también puede ayudarles un cambio en la alimentación. Moser agrega que la denominada «hipnoterapia dirigida al intestino» ha resultado ser muy eficaz. Mediante dicho tratamiento, los pacientes aumentan su umbral de percepción a través de la autosugestión, de manera que sus procesos normales de digestión dejan de penetrar en la consciencia o las sensaciones desagradables se vuelven controlables. De este modo también se incrementa, sostiene, la tolerancia psíquica.

Asimismo, en enfermedades recurrentes del estómago, como la dispepsia, la hipnoterapia se muestra eficaz. No está claro el desencadenante exacto del estómago irritable. Sin embargo, los

expertos sospechan que se encuentra relacionado con el estrés, ya que este a menudo agrava los síntomas. Stengel recomienda para los problemas de estómago, en primer lugar, seguir unos horarios de comida regulares y reducir la ingesta de grasa y alcohol. De igual manera, los afectados deberían renunciar al tabaco.

En el estrés intenso, por ejemplo, antes de un examen, suelen ayudar remedios caseros: una bolsa de agua caliente, una infusión de hinojo, un pequeño paseo para relajarse y evadirse de las situaciones tensas en las comidas. Estos consejos ya los daba un colega de Beaumont cuando supo de sus experimentos con el pobre Alexis St. Martin. El futbolista profesional Mertesacker, antes de los partidos, a veces solo comía pasta con un poco de aceite de oliva. Durante las cuatro horas antes de un partido, por seguridad, no tomaba nada más.

Articulo Tomado de la Revista de psicología y neurociencias Septiembre/ octubre 2022.  No 116 . Investigacionyciencias.es